En los atardeceres, después de sus labores cotidianas en el templo, el monje Bassey practicaba todos los días sus meditaciones cerca de las grandes llanuras de la Gran Montaña. Bassey buscaba el estado de calma de la mente y sentir esa fina sutileza de la felicidad. Ese mismo día y en unas de las habitaciones principales del templo, se escuchaba las voces alzadas del grupo de monjes que habitaban allí.
Hubo unos malos entendidos entre varios de
ellos y la conversación se iba alzando cada vez más fuerte Cada uno, tenía una
opinión distinta de la realidad, apegándose
a ella y provocando gritos cada vez más fuertes. La ilusoria creencia de su
verdad, estaba provocando sufrimiento en cada uno de ellos.
Uno de los maestros del templo
pasaba cerca de la sala y al escuchar el ruidoso gentío, entro silencioso
escuchando las conversaciones dispares que había entre ellos. Al final se
dirigió a ellos dando unos pasos…
—Monjes por lo que estoy
escuchando aun no habéis aprendido nada de las enseñanzas. En vosotros vive el
sufrimiento tan solo por aferraros a vuestras ideas. El ruido ensordecedor de
vuestras palabras muestra las mareas mentales que os poseen. Tenéis que
practicar mucho más para calmar vuestros pensamientos que os alejan del
equilibrio.
Durante unos instantes el maestro
callo y el silencio envolvió toda la habitación. El maestro prosiguió…
—Está no es vuestra verdadera
naturaleza— y dándose media vuelta se marchó.
Mientras caminaba el monje Bassey
hacia la llanura de la Gran Montaña recordaba lo sucedido ese día y
reflexionaba sobre el viejo cuento zen del elefante y los ciegos que les
contaba muchas veces el maestro. Cada uno de los ciegos tocaba una parte del
elefante creando su propia realidad. El ego interpreta lo que ocurre a su
alrededor como si fuéramos ciegos. Hay que llegar a ser conscientes de nuestras formas de interpretar y de
percepción para cambiar actitudes y opiniones.
Estella Bono
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